Jueves, 30 de junio, a las 19:30 horas, en la sede de Plural-21.
a cargo de:
Manuel Plana
Actividad gratuita.
El hombre y el monstruo. 1931. 98 m. EE.UU. Dr. Rouben Mamoulian. Inter. Fréderic March.
DR. JEKYLL AND MR. HYDE
El famoso relato de R.L. Stevenson es una bella pero trágica metáfora sobre las funestas consecuencias de una “ciencia sin conciencia”, tal como también Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley y otras novelas y cuentos que ya alertaban de este peligro en los inicios de la revolución científica-industrial en la época del Romanticismo.
Esta “ciencia sin conciencia” es obra del pensamiento “moderno”, que a partir de cierto momento consolida una visión profana y materializada de la realidad, exclusivamente amparada en el análisis empírico del mundo sensible. Pero él mismo es también, a su vez, producto de una cultura y una religiosidad decididamente dual y dualista por no decir maniquea.
Las bases para una modernidad tecno-material miope a toda noción de trascendencia, ya estaban propuestas por una religiosidad que contempla la realidad escindida en dos reinos: uno celestial y otro terrenal, uno puro y otro impuro, el bien y el mal, Dios y el Diablo en constante lucha y sin posibilidad de alcanzar la armonía sin la destrucción de uno por el otro.
Al excluir la trascendencia del planteamiento dual religioso, la ciencia moderna la confunde con una inmanencia literal, limitada a la naturaleza sensible, fenoménica y material, desplegando toda su atención y su hacer a ese único nivel y reduciendo a él toda la realidad, con lo cual el error y sus consecuencias ya estaban servidos. El pensamiento dual religioso era al menos “vertical”, el científico moderno es exclusivamente “horizontal”, no tiene salida “por arriba”, solo por “abajo”.
Con una pócima de su invención, el Dr. Jekyll pretende escindir, separar y dividir químicamente el mal del bien (que llevamos dentro), personificados por nuestro ángel y demonio particular fatalmente confundidos. El drama, además, se enmarca en el Londres turbio y neblinoso de la época victoriana y su moral anglicana, hipòcrita, puritana y a la vez pervertida donde las haya.
Aunque con buenas intenciones, el resultado es totalmente inesperado, opuesto al deseado; el mal no queda eliminado, antes bien se “libera” del “bien” que lo restringía y compensaba, tomando una dimensión aún peor, atroz y totalmente invasiva en la vida del pobre doctor en prejuicio suyo y ajeno.
El desenlace es trágico, parecido al que vemos en la obra de O. Wilde: El retrato de Dorian Gray, aunque en éste no aparece el elemento científico si no una forma de magia o brujería.
El film ayudará a estudiar el pensamiento occidental desde su base religiosa dual, pero tradicional, hasta la modernidad anti-tradicional y esquizoide.
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